Hace tiempo que no escribo, como siempre la tinta manchando
otros lugares o simplemente ocupado marcando recuerdos en mi cerebro. La
aventura no ha terminado evidentemente, el viaje continúa desde que comenzó en
aquella isla encantada (realmente comenzó al nacer). Pero es allí donde comenzó
la historia y donde pensé que iba a acabar este blog, pero ¿por qué no
continuar? El viaje de la vida continúa mientras haya ganas para escribir,
mientras mis dedos pulsen firmemente el teclado en una sintonía que marque esta
fábula. Y es que vuelvo a viajar de una isla a otra y, entre medio, cambios de
clima, aventuras y esperas en aeropuertos.
Comenzaré por donde lo dejé…
Volé de la isla en busca de la llamada “tierra de los
sueños”, que resultó resquebrarse en una semana. Iba en busca de un tesoro y en unos días cayó
como un rayo y se desencadenó una tormenta de sentimientos. Sin embargo, no hay
experiencia que no sirva para algo y que sirva para madurar. En una semana…
mantener mi aprendizaje de inglés, mi forma física y mente, mientras resolvía
una situación difícil (en aquel momento) de encajar. Esperaba quedarme un mes
en aquella tierra pero, a falta de pensamientos, una moneda decidió por mí. En
un torrente de lágrimas la moneda caía proporcionalmente más veces, una y otra
vez, por la misma cara: “la libertad” pues eso mismo era lo que representaba su
insignia. Al final de la semana tenía que embarcar en varios vuelos en un viaje
que duraba varios días. Transbordos, esperas, taxis, café, checking de última
hora, incertidumbre ante quedarme entre medio de los vuelos. Por suerte, me
acompañaba: un libro titulado “el universo elegante” y música en mi ipod. Entre
medias me llegó un e-mail, confirmándome que podía quedarme entre el camino,
antes de tomar el último vuelo desde otra isla que me llevaba a mi destino
final original. Una isla más grande, en donde podía conseguir parte de mis
metas que no eran otras que aprender inglés. Dos meses estuve en esa isla,
también mágica en donde el verde y los duendes te rodean (también la
cerveza). Debo de admitir que fue una
gran estancia gracias ante todo a la amabilidad y el gesto de una vieja amiga que
me guardó un rinconcito en su casa, aunque se rompieran al final las
expectativas, estaré eternamente agradecido. Por otro lado, mi terquedad en
aprender y encerrarme en la biblioteca para mantenerme ocupado no hubiera sido
igual sin esos momentos compartidos que me brindaron compañeros, especialmente
ese “ojo del tigre”.
Ocho meses fuera, quién lo diría, queriendo besar el suelo
que me mostró la luz por primera vez. De isla pequeña y cálida a isla grande y
fría, a mi tierra familiar, cálida por su clima, cálida por su compañía. Sigue
el viaje, entre burocracias y crisis, a una tierra ya conocida dos años atrás. De vuelta al frío
para equilibrar la balanza. Vuelta a la toma de decisiones, con ayuda de la
moneda y la psicología decidí que camino elegir. Como digo, burocracia
académica, sesgos de percepción del que nadie se escapa (ni la ciencia), en ese
trazo, que intermitentemente me dice que lo que realmente importa es la emoción.
Un trazo que me tiene en una nube y que concluiré cuando llegue a su fin y
comience de nuevo otro punto y aparte en el destino.
Ahora salgo frente a la incertidumbre, de un tren a un
destino del que no sé si me esperará alguien o tendré que esperar una vez más
en el aeropuerto, por suerte nada nuevo. Acompañándome van mi “laptop”, dos
libros y más música. Al día siguiente un vuelo con una plaza que no es mía
todavía. Lo que deja en el aire de nuevo el rumbo ¿habrá isla de nuevo?.
Un paréntesis de reflexiones, un tiempo que me permite
escribir, de cada espacio su jugo, de cada momento su esencia y es que cada
nueva experiencia te brinda la oportunidad de las que sacar algo productivo.
Tan sólo hay que saber dónde mirar, cosa que no es fácil.
(…) fallos de conexión a internet, una entrada que no
conseguí subir, pero que me permite enlazar lo sucedido continuando la línea
temporal. ¡Sí! Conseguí viajar, a una pequeña isla encantadora. Ya pienso que esto se vuelve
una costumbre. Tampoco dormí en el aeropuerto, una llamada de última hora me
salvó y más coincidencias de la vida: amigos reunidos en un mismo punto. La
suerte está sonriendo: el viento sopla a favor.